lunes, 27 de abril de 2009

Notas en papel verde



El pañuelo mamá, páseme el pañuelo para sujetarle la mandíbula. Tiene que estar por ahí, rápido, deje de llorar y ayúdeme, que yo no puedo sola. Su cuerpo pesa más de lo que creía, aunque perdió esos gramos que dicen se pierden cuando se escapa el alma. Ya no respira, ya no es él, ya no… Arrégleselas, no me pida que haga otra vez lo que usted no puede hacer, le dije que era la última vez. Y ahora está con eso de la nostalgia, de los nunca más. Nunca más plancharle la ropa, nunca más lavarla, ni esperarlo con la comida caliente. Pobre mamá, qué hará ahora con tanto tiempo en soledad, en esta casa llena de sonidos del pasado de los dos. Cómo me dice. Sí, le vestiré con su chaleco gris para que no sienta frío en esa fosa oscura, le acomodaré la cabeza con su cojín preferido, al que usted le bordó sus iniciales. No se preocupe, no voy a quitarle nada, le pondré el pantalón sobre el pijama, no veré más de lo que una hija puede ver. Sí, se va a incomodar, ya lo sé y nos dejará esas notas extrañas, pegadas en la puerta, con instrucciones escritas cuidadosamente, con su exagerada caligrafía. Las órdenes para el día, todos los días, de esos cuarenta años juntos, en los inconfundibles papelitos verdes. No olvidar corregir el minutero del reloj cucú del abuelo, porque pierde dos minutos cada hora y entonces cuando toque a la puerta después de ocho horas fuera de casa, justo a las seis de la tarde, tendrá que esperar 16 minutos antes de que le abramos y enfurecido nos enrostrará nuestra falta de disciplina. Que dispongamos los periódicos según la noticia de más relevancia del día, que tengamos las cortinas cerradas del estudio y las ventanas abiertas y pongamos el mosquitero en su lugar, para que respire aire fresco cuando se siente a revisar la correspondencia que debemos retirar de la casilla antes de las tres de la tarde y que luego debemos dejar en el lado superior izquierdo del escritorio, porque al lado derecho van sus anteojos de lectura, justo arriba de los habituales que él dejará más abajo, cuando a las seis y treinta termine de beber su tazón de té. Qué me dice mamá. Qué ha dicho. Cuál ha sido su último suspiro. Para quién la última mirada. No lo sé, ni me importa. No me importó antes, menos ahora. Ahora es su bulto usted sabrá lo que debe hacer con él. Él se lo dirá. Por supuesto, él se lo dirá mañana, porque hoy piensa quedarse a su lado, como siempre, toda la noche para no sentirse tan desvalida, con el papelito verde para el día, que retiró a la hora indicada, dejando al descubierto el espacio deslavado en la puerta envejecida. Toda la noche mamá, sintiendo el olor a humedad que toman los cuerpos cuando mueren, las extremidades frías. Para qué le puso el guatero sobre los pies. Él se lo pidió. Cuando mamá. Cómo, si ya se huele su olor a hongos. Vea, los microorganismos lo cubren, crecen, brotan, rápidamente sobre esa piel sin color. La infectarán a usted también mamá, salga de ahí. Que siente qué. Pena. Pero, si usted siempre hablaba con tanto resentimiento sobre su vida, de haber perdido su libertad tan joven, con este hombre tan autoritario, porque no tenía más opciones y aceptó sin reclamar su triste realidad y cuando yo llegué sólo empeoré las cosas, todo se terminó para usted siendo tan joven y se dedicó a seguir una a una las instrucciones en esta casa tan oscura. Pero si usted me lo pidió, no se arrepienta ahora. Me pidió como siempre que arreglara las cosas y acepté, pero le dejé bien claro que sería la última vez. Y entonces, preparé la dosis exacta con ese líquido rojo. Unas gotas bastarán me dijo el individuo y nadie podrá comprobarlo. No sería problema, como estaba mal del corazón sólo adelantaría el deceso. Ya venga a ayudarme mamá, todavía falta… qué trae entre sus manos. Otro papelito verde, imposible. Le indica cómo debe vestirlo y dónde encontrará el cheque para la funeraria, que acaba de llegar y usted no los llamó y yo tampoco. No tiemble mamá, no puede ser no ve que este muerto está bien muerto hace ya varias horas. El encargado dice que fue la voz de un hombre quien le llamó, una voz profundamente ronca, como la de él. Que revisó el escritorio y ahí está el cheque, junto a los dos pares de anteojos. Pero cómo puede ser mamá, si uno de ellos se quebró en su mano en el momento del infarto. Que levante la vista y lea ese nuevo papelito verde que apareció sujeto en la puerta y que usted trae temblando entre sus manos y con su cuidada caligrafía nos ordena una vez más… que le pongamos el pañuelo de seda gris, que dejó junto al último tazón de té que le serví durante la tarde.


Elizabethtorr
Chile
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1 comentario:

  1. qué hará ahora con tanto tiempo en soledad, en esta casa llena de sonidos del pasado de los dos.

    Que palabras tan tristes

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