lunes, 7 de enero de 2019

Ten miedo de mí



agosto del 2008
Esa noche mientras la llevaba a su casa, tarareé una canción que mucho venía al caso, que me hubiera gustado cantarle a ella mientras la oía hablar de sus dilemas existenciales, y que desde entonces aun cuando no la viera no dejaba de cantar "…y quiero ver qué es lo que sientes con respecto a  mí, ¿qué me dirías si aquí te pongo un beso y aburrido de eso te pongo otros mil? A ver, a ver, vamos a ver y dime seriamente si lo que se siente en mí se siente en ti."

Cómo me hubiera gustado saberlo o por lo menos imaginar que así era, que yo le provocaba a ella algo también y tal vez aparecía en sus relatos que escribía al llegar a casa. Cuánto hubiera querido en cada viaje ponerle un beso y aburrido como iba darle otros mil, otros dos mil, otros muchos, tantos como ella quisiera... tantos más como ella me dejara, aunque parecía tan lejana con esa mirada cálida, con esa manera de trenzar los dedos para no dejar escapar sus manos que, yo imaginaba, querían tocarme a mí con cualquier pretexto.

La siguiente noche ya no me detuve tanto, pero sólo le insinué que de ser posible le haría el amor ahí mismo, y entonces sí le canté: "Hoy que llevo en la boca el sabor a vencido, procura tener a la mano a un amigo que cuide tu frente y tu voz, y que cuide de ti, para ti y tus vestidos, y a tus pensamientos mantenlos atentos..."

No tendría tanta importancia de no ser porque ella se sintió la más miedosa del mundo: "La importancia de verte morderte los labios de preocupación, es hoy tan necesaria como verte siempre, como andar siguiéndote con la cabeza en la imaginación, porque sabes, y si no lo sabes no importa…”

Bien sabía lo que entonces estaba sintiendo y lo que de verdad quería, y que sólo ella me inspiraba cada vez que llegaba a laborar, y todavía más cuando su turno terminaba y entonces yo la llevaba a su casa y cada vez más en el corazón: “…yo sé lo que siento, yo sé lo que cortan después unos labios, esos labios rojos y afilados y estos puños que tiemblan de rabia cuando estás contenta y que tiemblan de muerte si alguien se te acercara a ti."

Y con ese miedo me confesó lo que debí haber sospechado, otro compañero de trabajo quería hacerla para él, quería llevársela y cantarle al oído, como a ella le gustaba, como me dijo esa noche: "Hoy procura que aquella ventana que mira a la calle en tu cuarto, se tenga cerrada, porque no vaya a ser yo el viento de la noche, y te mida y recorra la piel con mi aliento y hasta te acaricie y te deje dormir y me meta a tu pecho y me vuelva a salir y respires de mí…”                       

Qué ganas de volverme su respiración y quedarme dormido con ella, o tocarla con un poco de luz, o retrasar la llegada a su casa, extendiendo a más no poder el recorrido sólo para disfrutarla más, sólo para verla u oírla, o sentirla tan cerca: "O me vuelva una estrella y te estreche en mis rayos, y todo por no hacerme un poco de caso, ten miedo de mayo y ten miedo de mí."

Cómo hubiera querido tener el valor para decirle de frente, para lidiar con su decoro y soltarle de pronto la declaración: "Porque no vaya a ser que cansado de verte, me meta en tus brazos para poseerte y te arranque las ropas y te bese los pies y te llame mi diosa y no pueda mirarte de frente, y te diga llorando después: Por favor tenme miedo…” Pero no tuve valor y aún no sé ni por qué, si era tan fácil, ella lo hacía fácil transmitiendo esa paz, ese calor que sólo de ella creía capaz, no tuve el valor como si se tratara de un movimiento temerario y no de la conclusión lógica de un sentimiento que ya empezaba a salirse por las ventanas del automóvil, donde me quedé solo cantando.

Hubiera querido detenerlo en cualquier calle y preguntarle directo si lo que sentía era cierto, o si eran inventos de alguna parte de mi cuerpo que rebelde provocaba en mi corazón latidos tan desaforados como altisonantes.

Y no quedarme con las ganas de estar con ella cuando al otro día renunció al trabajo y el mío perdió su interés porque ya no la llevaba a ella, ya no me importaba llegar temprano y tener limpio el auto para que ella se sintiera cómoda, para que la última frase de la canción no adquiriera esa fatalidad: “tiembla mucho de miedo mujer, porque no puede ser..."

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