miércoles, 25 de abril de 2007

El encuentro


Cómo comenzar esta historia, concentrémonos en el instante del encuentro, estando ahí instalados, observemos el pasado y recobremos el tiempo presente. 

Estamos los dos sentados, me miras inquieta, te miro maravillado, tu voz me acaricia tiernamente; lenta, poderosa, hilvanando tu discurso y tu pensamiento. Yo no acierto a las preguntas precisas para desnudar tu alma. Como dardos envenenados ninguno da al corazón.

Tus ojos de ciervo herido, se me dan nobles y apacibles. Como si fueras una figura de cera, una ola gigantesca de quietud te envuelve todo el cuerpo. No tardaste mucho en darte cuenta de mi timidez, de mi nerviosismo; desaprovecho los tiros por la mala puntería que llevo en ese momento. 

Ahora tú me tiendes la trampa, me cercas todas mis escapatorias posibles, me observas y actúas, despliegas un aro protector en ti, e intuyes que tu corazón está a salvo. El cazador ha sido la presa, me envuelves con una lluvia interminable de palabras, de tu voz interior sale una luz y se forma el arco iris de tu mundo mágico.

El tiempo destruye el momento eterno, nos va alejando entre los dos, nos miramos como extraños, que tratan de romper el hielo, de saberse existentes en un mismo mundo, en un mismo instante, en un mismo abrazo.


Pongámonos un instante en el pasado. Antes de este encuentro qué tenía de ti y tú qué tenías de mí… Todo y nada a la vez, sólo un puñado de palabras....


Se fue abriendo el horizonte, pregunta a pregunta se abría el camino, todo lo fuimos diciendo o casi todo, como viajando entre miles de estrellas fuimos explorando nuestros mundos; y fueron las que alumbraron el camino, las que siguen naciendo en el espacio para darle una luz maravillosa.

Ahora veamos el futuro, la espera interminable, el posible encuentro, donde piel a piel comprobaremos que esto no ha sido sólo un sueño vulgar y efímero.

Clemente Alvarado Franco
México D.F.,

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