jueves, 24 de enero de 2008

Melodía de lluvia



Así como la lluvia llegó tu melodía, mi canción; suave como gotas en mi ventana de espera, tan firme como los sueños volando cerca. Tus acordes vienen pintados de tus dedos, maestría hecha ilusión. Que suene una y otra vez incesantemente la melodía y que así, llueva toda la noche...

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martes, 15 de enero de 2008

Te amo con la noche


Si no sintiera el murmurar de tu vientre
no acabaría nunca mi amanecer
en cada despertar se desangra de fuego la luna.

Entre la luz y la oscuridad estamos nosotros:
tus manos
mi cuerpo.

Te amo con la noche.

El sol seco de tanto llorar
mi voz se deprime cuando duermes
la muerte suena tierna.
Quiero endulzar la voz con su ternura.


A la sombra del gigante
Ana Carolina Apodaca Monge
Colección Solar Poesía
Instituto Chihuahuense de la Cultura
Chihuahua, México, 2007

jueves, 10 de enero de 2008

No es el amor...

Bajo la mortecina luz de un par de cirios gráciles te evoco. El fuego, la luz y el pabilo consumiéndose. La cera y la llama consagradas a pensarte.

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Antes de conocerte solía decir tu nombre; preguntaba por ti en cada esquina; te buscaba en los bares o en las cafeterías; amanecía bajo los puentes o pasaba largo tiempo en una banca solitaria de la vieja estación de los ferrocarriles.

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Sobre la urdimbre de las horas, teje el arpa del silencio la música festiva de aquella tarde de febrero cuando te conocí.

*
Te vi pasar de largo. Tu rostro era niebla; tu cuerpo, una ciudad ignota;

tus manos, un adiós de mariposas breves.

*

A veces, mientras duermes, siento celos. Porque dormir es una forma de no estar, una manera involuntaria de irse poco a poco. Entonces pienso que ya no me perteneces, que no te perteneces ni a ti misma. Cierras tus párpados y el mundo para mí se derrumba en un instante; los abres y vuelves a reconstruirlo; cierras tus párpados y me invade la más ciega de las noches. Soy, entonces, una lluvia fría, el necio extravío de mi nombre. En realidad, no sé cómo puede el mundo sostenerse en pie mientras tú duermes.



José Luis Domínguez

Cuauhtémoc, Chihuahua



miércoles, 9 de enero de 2008

Poema 04

La tierra circular enseña que todo empieza incesantemente. El río que inicia en la montaña y termina entre las olas saladas. El agua levanta su alma y regresa en nieve a la montaña. Mi abuelo murió y nació mi padre. Mi padre murió y nacerá de mí alguien. Las estaciones y su molino de colores. Este poema ha sido escrito miles de veces. En el camino, a lo largo de los años, con el tiempo, al correr de los días, en el pajar de las horas, en el engranaje de segundos. Y basta subirse a un avión, alejar la tierra, observar las montañas diminutas, los autos insignificantes, las casas como juguetes y gente como piedras regadas. Y despegar después dentro de sí e imaginar ver la tierra desde el sol o un atardecer desde la luna. El tiempo y nuestra historia en un puño de espacio estelar. La tierra se arrastra en órbitas y cada vuelta de veinticuatro horas cuesta. Cuesta mover montañas y mares inmensos. Tierra es el nombre de este planeta de mar. Tierra que se mueve silenciosamente sin aceite y sin quejarse. Viajar cuerpo adentro. Alejarse espacio adentro. En nuestra propia circunferencia. En el radio de nuestro espacio. En un día de irrepetibles nublados.

Desierto Sol
Martín Camps
Instituto Chihuahuense de la Cultura
Chihuahua, México 2003
Pág. 106

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