sábado, 14 de marzo de 2009

Tatuar el humo

Eramos unas niñas apenas, pero ya jugábamos a escribir, tendríamos si acaso 10 y 7 años. A ella le gustaba más la poesía que a mí, yo me iba por las novelitas, con todo y escenografía para que se "movieran" los personajes; pero leíamos de donde podíamos y oíamos muchas canciones en la grabadora de una sola casetera de mi papá; el juego era después "componer" la canción, quitarle o ponerle según nosotras lo que creíamos le hacía falta.
Estábamos en la Ciudad de México y las estaciones musicales nos sobraban, a veces era Radio Sinfonola, otras las Grandes Bandas, Stereo 102 y hasta Radio Capital, todo era material disponible para crear nuestras propias "poesías" que tenían la ventaja de poder ser cantadas con una melodía ya conocida.
Cuando de las canciones nos fuimos yendo más hacia las lecturas, nos encontramos con verdaderos escritos que guardaban todas las leyes de la gramática básica y la creación literaria como Dios manda, pero eso lejos de avergonzarnos y dejar de lado la disque escritura, nos hizo escribir aún más y leer menos para no tener que compararnos con nadie; porque a fin de cuentas aquello que haciamos era tan sólo para nosotros, para nadie más. Así, muchas canciones siguen ahora en la libreta de argollas y un partido de futbol en la portada, en una hoja la canción original y en la otra nuestra versión.
A medida que crecimos se fue apagando esa complicidad por intentar "arreglar" las canciones a nuestra manera, y la costumbre de amanecer a veces recitando poemas o cantando canciones con alguna u otra palabra; pero mientras más nos alejábamos de esa convivencia entre hermanas, más nos acercábamos a la verdadera escritura, convencidas tal vez que aquellos textos en verdad no necesitaban de nuestro arreglo.
El primer poema que le descubrí a Linda fue Tatuar el humo. Lo traía con su ya bonita letra escrito en una hoja blanca, con la fecha de algún año de los ochenta, sin el nombre del autor y, me pareció a mí, mezclado con otro poema. No sé de dónde lo tomó, creo que ni ella lo supo, sólo sé que leerlo fue como descubrir que en verdad existía la literatura y que las canciones que entonces nos ofrecía Stereo 102, nada tenían de literario ni de bello, ni de poesía ni de nada. Me sobrecogió el corazón darme cuenta que alguien podría escribir algo tan bello sin ponerle más música que sus propias palabras y sus propias imágenes mezclándose una a una.
Ya en Chihuahua más tarde que temprano supe de quién era el poema, y quién había despertado tan terrible sensación de que su autor era alguien que no podía compararse con nadie; a quien jamás hubiéramos podido arreglarle el poema ni darle nuestra propia versión; porque además obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen precisamente con este trabajo.
Aún ahora no sé si en realidad el poema era como lo había transcrito Linda en la hoja de papel bond, no lo había vuelto a leer hasta ahora, a pesar que la hoja sigue intacta en la libreta de argollas.


Tatuar el humo
Alfredo Espinosa Aguirre

En lo más alto de la dicha amor
tómame de la mano si crees que sueñas
pero nunca jamás digas siempre
porque los que aman tan locamente
se quedan solos y se mueren pronto

Incendian el agua y tatúan el humo
fundan sus vidas en la certeza de la nada

Dame tu mano amada
en lo más alto de la dicha
antes de que nos desvanezca el alma

¿en qué momento
soñando
ebrio de ti
más vivo que nunca,
hice estos versos sin memoria?

¿En qué instante de amor irrepetible
abriste para mí tu cuerpo
penetré en lo oscuro
e iluminado
los escribí en tu entraña?
.

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