domingo, 10 de mayo de 2009

¡Mamita!

“El espacio de la vida y la muerte” el título llena la hoja blanca como invitando a una meditación exhaustiva e inevitable, pero a esta hora y con este sueño, no logra llamar mi atención casi dormida. Si pudiera ni lo leería, pero debo corregir el libro como se llame y de lo que se trate.
En vano me acomodo en la soledad de la cocina, son las doce y estoy muy atrasada. Se oye un llanto… Es Alejandro. Aún no se duerme. Lo dejé un momento solo y de inmediato me gritó, ¿por qué tardará siempre tanto en conciliar el sueño? ¿Será por qué no quiere perder mi poco tiempo junto a él?
Egoístamente pienso en las muchas cosas por hacer, ni siquiera he cenado y él sigue con ese suave murmullo infantil del que no entiendo nada, haciendo remolinos por la cama revuelta, volteando la espalda y diciendo “Abásceme” mientras levanta su brazo izquierdo. Me recuerda a mi mamá, no le gustaba dormir frente a frente, siempre ordenaba “¡Voltéate para allá!” Porque decía que se robaba uno el aliento del otro. Eso sí, le gustaba dormir de cara a la ventana para robarle ella un poco de aire frío a la noche silente, buscando apaciguar su calor habitual.
Tal vez por eso, Alejandro no dura ni cinco minutos frente a mí, junta su cara a la mía, me da un beso y el calor lo aleja. Entonces se rasca la cabeza, se frota los ojos y confirmo su gran parecido con ella cuando era agobiada por el insomnio.
En la mesa de la cocina me esperan aún casi ochenta páginas por revisar; esta vez me ha tomado más tiempo del acostumbrado, más tiempo que robarle a Alex.
A mi mamá le daría risa verme hoy corrigiendo sueños ajenos y velando casi dormida el sueño de mi niño, siempre me decía: “Cuídamelo mucho, no te duermas si él no se duerme antes…” A veces es tan difícil cumplirlo…
Casi la una y apenas se ha quedado dormido luego de muchas vueltas y varios “Te amo, te queyo” con su vocecita leve, no sin antes conmoverme con un: “¿Qué hacemos, mamita?” Si supiera que antes hice la misma cuestión y todavía hoy sigo preguntando…
El texto sigue todavía en la página veintitrés, ¡tan joven y tan infame! y ese tema tan complejo: “La muerte en los rarámuri…” De nuevo llega el recuerdo de mamá. Esta vez ha dormido de frente y ha sido robado su aliento, sus pequeños ojos no se abrirán ya jamás, no ante mí, no como esa última noche suplicando el despido, cerrándose con total tranquilidad al recibir la muerte…
Alex se despierta llorando y gritando: “¡Mamita! ¡Mamita!” Tampoco a él le gusta quedarse solo en la inmensa cama, su emotivo llanto viene desde adentro como la vida, desde lejos como el recuerdo…
“¡Mamita! ¡Mamita!” Se escucha por los pasillos del hospital, es mi hermano desgarrando con su llanto hasta las sábanas de los enfermos en sus camas; nosotras en cambio, más cercanas, lloramos bajito lamentando más nuestra propia suerte que la de ella; los doctores irrumpen en un reconocimiento innecesario dando por terminado su expediente de dolor.
Mamá siempre señalaba la coincidencia de que en sus múltiples ocasiones de interna, a veces moría algún paciente cercano, el de al lado o el del cuarto de enfrente, “algún día me tocará a mí” decía, nosotros le respondíamos: “Ay, mamá, no hable de eso”, nos parecía algo tan lejano… Pero ese día se llegó demasiado pronto apoderándose del reloj ilegalmente hasta empalmarse con una noche gris y lluviosa. Una noche donde simplemente perdí a Alex, pues no recuerdo dónde estaba ni lo vi dando vueltas por hallarme luchando en distinguir el encendido de la plancha, buscando entre la ropa arrugada de mamá el atuendo preciso para ser el último en su vida; escogiendo zapatos, falda, ropa interior, demasiado interior… Y recibiendo de golpe entre el vapor, destellos de recuerdos antiguos y tiernos como en México cuando yo tenía apenas tres años y ella llegó de la clínica con mi hermana diciéndome: “!Mira lo que te traje!” o hace tres años cuando estuvo ahí conmigo acogiendo la vida, llamándole Alejandro…
El libro sugiere algo de la esencia de los muertos pero visto como un mito. Yo sé que es real, lo he sentido cuando la recuerdo mucho y me encuentro a alguien muy cercano a ella perdido ya entre los vaivenes de la memoria, o me pasa algo mágico como aquella vez que pensando en ella y sin relación alguna, vino a mi mente un pendiente por vencer al día siguiente. Por eso sé que está, porque mientras yo consuelo a Alex, siento el consuelo de ella como ráfagas de luminosa paz.
Esa misma paz transmitida en todo momento por ella, sobre todo en su última noche cuando con su escasa mirada dijo lo que no pudo con su voz; cuando dejé de recordar muy rápido por sentirme como en una película a blanco y negro con una historia distante, rodada en cámara muy lenta, cuando en la única escena del cuarto para las doce, súbitamente me llegó la soledad.
Sólo recuerdo haber dormido casi una hora, sin ver a Alex y luego de dar mil vueltas en una cama extraña clamando en silencio un abrazo cualquiera, teniendo enseguida a mi hermana que egoísta o demasiado cansada, escondía entre cobijas su propio dolor sin compartirlo conmigo, sin estirar un brazo ni recibirlo de mí…
Alex vuelve a llorar, ahora pide lechita entre su murmullo, se da una sola vuelta olvidándose ya del “Abásceme”, confiado en que a esa hora ya no lo dejaré.
El libro creció un poco y se detuvo en el último párrafo de la página cincuenta y cinco, donde mañana enmendaré una cacofonía en la frase final: “…la muerte es sólo cambio y nunca un fin; para nosotros es como un dormir y para ellos es empezar realmente a vivir…”

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4 comentarios:

  1. Que pena me ha dado.
    Me he visto en tus palabras. Mi madre se fue muy pronto.

    Besos.

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  2. Francisco Flores Legarda

    Con tus letras recuerdo aquella parte de un filoso que decia que; "El hombre es un puente no un acabamiento". Agradable tu blog. Hay poca poesia en nuestra gente.
    Salud y larga vida.

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  3. Tu historia me ha inspirado tristeza y miedo, pero a la vez, su cuota de esperanza... Bello relato.

    Muchas gracias por tus palabras en mi blog, serás siempre muy bienvenida.

    Cariños...

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  4. Como siempre, vengo y me pierdo en tus letras...me encanta!

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